Monday, April 17, 2006

Recreo

¡La puta que te parió!...La frase recorrió el patio como un rayo, cincuenta y tres cabezas giraron al unísono en redondo buscando el orígen de semejante imprecación, la cincuenta y cuatro no pudo hacer nada, porque hacía tres minutos había abandonado el cuerpo que la sostenía y giraba alocadamente de una a otra punta del patio, pues al acercarse a alguno de los allí presentes era despedida con feroz patadón que la hacía recorrer el espacio a mayor velocidad que un saque de Federer. Obviamente con cada golpe se iba deformando más, ya era una bola roja sin ojos que yiraba sin cesar por tan siniestro lugar. ¿Y el dueño?...Ah, el dueño había quedado en una posición tragicómica, sentado sobre uno de los bancos del patio y con el cuerpo recostado contra una de las paredes en medio de un enorme charco de pestilente sangre. Todos le escapaban a la cabeza, y se deshacían de ella con mayor rapidéz que un inglés en medio de un partido difícil. Fue en ese momento que la bola peluda llegó a mis piés y cual jugador de rugby le pegué tal patadón que se elevó...se elevó...y pasó por encima del paredón perdiéndose más allá del horizonte. Un silencio de muerte nos invadió inmediátamente, no mas gritos, no mas risas ni llantos histéricos, no mas nada, sólo silencio, y un aire que se cortaba con un cuchillo, quizás el mismo que había separado la blonda bocha del insignificante cuerpo. Cincuenta y dos pares de ojos giraron y me miraron al unísono, había un par suelto por allí que no hizo movimiento alguno, yo respondí a la mirada con una mezcla de temor y euforia, me sentía inundado por el coraje (no me había dado cuenta pero me estaba orinando) y la gloria, y cual Maradona en el gol a los ingleses, pegué un salto en el aire y elevé uno de mis puños en señal de victoria...Al toque se me vinieron al humo...

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