
En el medio de la calle hay un perro vagabundo ladrándole a un semáforo intermitente.
Me mira y detengo el paso.
A mi izquierda el reloj de la plaza se ha detenido a las 15 horas, quién sabe qué día, qué año.
A mi derecha un auto rojo estacionado sobre la vereda y un policía urbano leyendo un comic.
Camino a contramano por el medio de la avenida desierta en dirección a un colectivo abandonado, dado vuelta con sus cuatro ruedas hacia arriba.
Tres calles abajo cruza el río justo por encima del puente.
Un carro de bebé, empujado por un soldado, se desliza a mi lado raudamente.
Al fondo, el bosque, campaneando con sus copas arboladas, arrulla una manada de lobos hambrientos.
Inextricable ciudad, noche sin fin.
He decidido alquilar mis sueños por unos días, al menos hasta que el dolor ceda.