A paso cansino recorría los últimos docientos metros que lo llevarían de vuelta al hogar.
Estaba triste, sus recuerdos se agolpaban en su cabeza y le impedían procesar sus movimientos con la agilidad y la gracia de entonces.
¿O era la emoción por un reencuentro tantas veces soñado?
¿Lo recordarían como él los recordaba a ellos?
La ansiedad le nublaba la vista y le impedía distinguir con claridad los transeúntes que apurados se cruzaban en su camino, por suerte ellos parecían tener mejor visión y agilidad para esquivarlo, es que los años no vienen en vano y tantos años a la intemperie carcomieron esos huesos y músculos que alguna vez fueron jóvenes y dispuestos a llevarse el mundo por delante, no como ahora que el mundo lo chocaba, lo empujaba, lo arrastraba sobre las baldosas de espinas.
Por fin la última cuadra, sólo tenía que cruzar, aunque esto ultimamente le traia ciertos problemas que resolvía con astucia, un sentido que se negaba a abandonarlo, se ponía a la par de alguno mas joven que el y apurando el paso lo máximo posible se convertía en su sombra hasta llegar al otro lado de la calle.
Pero no tuvo en cuenta que el joven era muy joven, que el también estaba apurado vaya a saber por qué o por quién, y que su agilidad y reflejos eran muy superiores.
Cruzó mas rápido que lo esperado, no le pudo seguir el paso, con su cabeza mareada por los recuerdos sedientos del reencuentro no percibió el vehículo que también estaba cruzando.
Fue un golpe, sólo uno y después ya nada.
La familia escuchó chirriar las gomas a la distancia, un bocinazo y un impacto de dos coches, no imaginaron el motivo del accidente, Pedro, siempre el mas inquieto intentó levantarse de la mesa y correr a la ventana para espiar lo sucedido, pero esa noche no había buen clima familiar en la cena, y él ya no corría mas a la ventana ante cualquier ruido fuerte como antes, ya no tenía esperanza de que volviera al hogar su fiel compañero, aquel que una mañana años atrás había decidido salir a la aventura.