Friday, August 15, 2014

EL COMIENZO



 

Fuimos dando vueltas sin rumbo fijo durante horas. Aún tenía en mi paladar restos del perfume de la cena temprana. No solía tomar alcohol, porque siempre me pegaba fuerte debido a mi pobre cultura etílica pero esa noche había sido especial, y quise aparentar lo que no era, por lo que tenía un par de copas encima y lo estaba sintiendo. Por suerte en esa época no te paraban para controlarte ni hacerte pruebas, sino me hubiera visto en problemas.
Primero nos fuimos para el muelle de Pacheco al fondo. Un clásico. Cada vez que quería deslumbrar a alguien enfilaba para el lado de Martínez, Avenida Libertador al catorce mil y algo, doblaba en Pacheco hacia el río, y me estacionaba a la entrada del viejo muelle.
Esa noche era especial, o al menos eso me parecía. Una enorme luna iluminaba un cielo lleno de estrellas, me sentía cursi pero me creía posible de todo, era una mezcla de Clark Kent y Bruno Díaz y mi Dodge 1500 sonaba mas potente que cualquier Ferrari.
Bajamos y vimos apenas media docena de personas disfrutando de la velada, una pareja joven y una familia charlando animadamente en el bodegón que estaba a la entrada del muelle. Era temprano aún pero como estábamos en invierno aparentaba ser mas tarde.
Pasamos al costado de ellos y sólo cruzamos unas miradas como quien se fija sin cuidado al pasar a otro, sin curiosidad, pero por rutina, para ver de quien se trata, aunque después ni siquiera puedas reconocerlo si lo volvés a ver en otro momento de tu vida.
Siempre disfruté del viento del río pegándome en la cara.
Ibamos tomados de la mano como dos adolescentes, y cada dos pasos no hacíamos un mimo, una caricia, yo cada vez estaba mas en las nubes.
Qué pedazo de boludo, a mi edad.
El camino hasta terminar el muelle me pareció eterno, aún hoy casi treinta años después es un recuerdo que me taladra en mis sueños como si hubiera sido ayer, o deseando como...
Al llegar al final nos detuvimos por un instante fugaz, clavamos nuestra mirada hacia el mas alla, como queriendo ver la costa uruguaya por encima de un río en calma y nos volvimos al unísono para fundirnos en un interminable beso. Nuestras lenguas se chocaron con furia y se entrelazaron como dos cuerpos en pugna. Fue el beso mas largo de mi vida, casi eterno, el mas buscado y deseado. Su cuerpo era tan fragil que parecía desarmarse entre mis brazos, yo no podía contenerme en mi anatomía y la pasión cruzaba de uno a otro en un ida y vuelta frenético.
Ese instante pareció eterno, como lo es el recuerdo.
Cuando pudimos despegarnos, pude ver a través de sus ojos un mundo nunca antes conocido. Su mirada me taladraba como un rayo y mi sien latía a la velocidad del trueno. Allí pensé por un instante: esto es el amor, por fin lo había encontrado. En ese momento no existía nadie mas, sólo ella y yo, había vuelto a nacer y mi pasado había naufragado en el abismo.

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