Fuimos dando vueltas
sin rumbo fijo durante horas. Aún tenía en mi paladar restos del
perfume de la cena temprana. No solía tomar alcohol, porque siempre
me pegaba fuerte debido a mi pobre cultura etílica pero esa noche
había sido especial, y quise aparentar lo que no era, por lo que
tenía un par de copas encima y lo estaba sintiendo. Por suerte en
esa época no te paraban para controlarte ni hacerte pruebas, sino me
hubiera visto en problemas.
Primero nos fuimos
para el muelle de Pacheco al fondo. Un clásico. Cada vez que quería
deslumbrar a alguien enfilaba para el lado de Martínez, Avenida
Libertador al catorce mil y algo, doblaba en Pacheco hacia el río, y
me estacionaba a la entrada del viejo muelle.
Esa noche era
especial, o al menos eso me parecía. Una enorme luna iluminaba un
cielo lleno de estrellas, me sentía cursi pero me creía posible de
todo, era una mezcla de Clark Kent y Bruno Díaz y mi Dodge 1500
sonaba mas potente que cualquier Ferrari.
Bajamos y vimos
apenas media docena de personas disfrutando de la velada, una pareja
joven y una familia charlando animadamente en el bodegón que estaba
a la entrada del muelle. Era temprano aún pero como estábamos en
invierno aparentaba ser mas tarde.
Pasamos al costado
de ellos y sólo cruzamos unas miradas como quien se fija sin cuidado
al pasar a otro, sin curiosidad, pero por rutina, para ver de quien
se trata, aunque después ni siquiera puedas reconocerlo si lo volvés
a ver en otro momento de tu vida.
Siempre disfruté
del viento del río pegándome en la cara.
Ibamos tomados de la
mano como dos adolescentes, y cada dos pasos no hacíamos un mimo,
una caricia, yo cada vez estaba mas en las nubes.
Qué pedazo de
boludo, a mi edad.
El camino hasta
terminar el muelle me pareció eterno, aún hoy casi treinta años
después es un recuerdo que me taladra en mis sueños como si hubiera
sido ayer, o deseando como...
Al llegar al final
nos detuvimos por un instante fugaz, clavamos nuestra mirada hacia el
mas alla, como queriendo ver la costa uruguaya por encima de un río
en calma y nos volvimos al unísono para fundirnos en un interminable
beso. Nuestras lenguas se chocaron con furia y se entrelazaron como
dos cuerpos en pugna. Fue el beso mas largo de mi vida, casi eterno,
el mas buscado y deseado. Su cuerpo era tan fragil que parecía
desarmarse entre mis brazos, yo no podía contenerme en mi anatomía
y la pasión cruzaba de uno a otro en un ida y vuelta frenético.
Ese instante pareció
eterno, como lo es el recuerdo.
Cuando pudimos
despegarnos, pude ver a través de sus ojos un mundo nunca antes
conocido. Su mirada me taladraba como un rayo y mi sien latía a la
velocidad del trueno. Allí pensé por un instante: esto es el amor,
por fin lo había encontrado. En ese momento no existía nadie mas,
sólo ella y yo, había vuelto a nacer y mi pasado había naufragado
en el abismo.
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