Friday, December 05, 2008

ESPERANDO AL TIO MARIO


No puedo dormir despierto. Desde chico es una de mis mayores frustraciones, quizás sea un impedimento natural, hereditario, o quizás sea la constante presión del recuerdo del pasado mas reciente, aquél que nunca viví, pero que me atormenta todos los días, minuto a minuto.Corría el año de mi novecientos sesenta y seis, tratando de encontrar la verdad del mundo de los sueños, en una de esas noches que se convertirían en millones de mis pesadillas noctámbulas, sufrí la revelación de mi destino.No recuerdo bien la hora, a pesar de lo significativo del momento, pues estaba a punto de revelarse la verdad tan ansiada.Un frío intenso se colaba por las rendijas de la vieja persiana de mi habitación, mientras un sudor ácido envolvía mi cuerpo.Mi tío Mario, había entrado sigilosamente sin que lo viera y estaba sentado a los pies de la cama observándome detenidamente, con esa mirada clara de sus ojos transparentes, mientras se empeñaba en explicarme el por qué de no querer seguir viviendo.Mis escasos once años, no me permitían comprender sus balbuceos, a pesar de que había aprendido su idioma de metáforas perdidas, hace ya un tiempo largo.Sus ojos parecían más transparentes que nunca, y su mirada extraviada no encontraba lugar donde reposar.¿Por qué a estas horas y de esta forma? ¿No sería conveniente despertar a mamá para que me traduzca lo que estaba ocurriendo?Mamá dormía placidamente a un lado de la cama, el derecho, mientras papá roncaba convulsivamente al otro lado, el izquierdo, quizás soñando con su infancia perdida en Entre Ríos, quizás los únicos días felices de su vida que está llegando a destino. ¿Vale vivir ochenta y tres años tratando de amar la indiferencia?Pero no era esa el motivo por el que el tío estaba allí, quería explicarme el por qué del futuro inmediato, pero yo no podía entenderlo en ese momento ni puedo entenderlo ahora, cuarenta años después.Con sigilo y mucho cuidado tomó mi mano izquierda, sabía que la zurda es mi mano hábil, la que piensa, y me sacó del medio de la tormenta para llevarme a su mundo de sombras.Sin hacer ningún ruido, como fantasmas atravesamos la pared mohosa, necesitada de pintura y cariño que daba al patio y empezamos a viajar en el tiempo para recorrer sus treinta y tres años de existencia.Pude ver su infancia de juegos simples, con mamá como compinche, y sus hermanastros mayores como celadores de una cárcel sin paredes.Pude sentir la angustia y el quebrarse al irse su padre tras los pasos de esa joven, pero no pude soportar el peso del dolor que comprimía sus vértebras.Le pedí por favor pasar a otro momento, pero me dijo NO, terminantemente, debía conocer el dolor que años después yo mismo iba a provocar.Me mostró ya cuando mis espaldas sangraban copiosamente sus compañeros de colegio jugando al fútbol en el patio de su escuela, el siempre a un costado, observando minuciosamente el ir y venir de la pelota, sin intervenir mas que con la mirada.El dolor de espalda iba cediendo, y la sangre secando y retornando a sus cauces naturales, como en un proceso de ósmosis reversa.De golpe, en un giro vertiginoso vi la cachetada del abuelo ante la pregunta obvia, ¿por qué te fuiste?, y rápidamente como había llegado aparecimos nuevamente en la escuela.Mamá siempre que podía lo acompañaba en el patio, como queriendo participar de sus juegos de silencio.Un salto en el tiempo nos depositó en su primer trabajo. Cadete de una empresa que hacía apliques de oro y plata para las billeteras. Cosa mas inútil si la había, pero parece que en esa época se usaba. Esquineros de agendas para anotar las cosas que nunca se cumplían, encuentros frustrados, citas a las que nunca se llegaba a tiempo. Apliques de fantasía de objetos que sólo servían para ser depositados sobre un escritorio de proyectos, o en bolsillos sin fin donde se perdían las esperanzas.Extraño trabajo el de mi tío, pero se ve que era muy eficiente, pues rápidamente ascendió de cadete a socio gerente.Pasar al Fiat 1100 importado, 1958, fue casi instantáneo. En el recorrimos los bosques de Palermo, estacionamos frente a GEBA (Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires) y entramos al lugar dónde siempre le arrancaban una sonrisa. Yo también disfrutaba viéndolo jugar al tenis, e imaginándome un futuro dónde yo pudiera jugar igual, de la misma manera participaba de cada amague en esos vibrantes partidos de básquet don a pesar de su mediana estatura demostraba una habilidad que yo nunca pude tener. Sólo heredé de él mi puntería al aro incluso embocando desde mitad de cancha, pero mis escasos 1,69 metros nunca me permitieron llegar mas alla de ganar un veintiuno.Allí se lo veía sonreír, hasta el alejamiento de su novia, hasta la operación de meniscos. Nunca después de esa operación volvió a ser el mismo.Allí comenzaron sus temores, como los míos.Comenzó a escuchar voces, empezó a percibir miradas extrañas que lo seguían a todas partes, coches que se interponían en su camino, vecinos curiosos por demás que querían meterse en su casa.Ya había dejado de vivir con la abuela, no se entendían, hablaban distintos leguajes, y la abuela vino a vivir con nosotros, en la pieza en medio de la escalera que llevaba a la terraza, y él a su pequeño departamento de la calle Bulnes.Pero esto no lo vivimos en este viaje, esta historia me llegó de oídas, cuando mamá y papá discutían a gritos en una de esas noches cualquiera, como esa en que mamá blandiendo un gigante cuchillo de cocina quiso acabar con la vida de alguien que yo no pude comprender quién era.Otra vez subidos al interminable Fiat 1100, nos fuimos a la Tablada, como todos los domingos, a visitar a la abuela cuando decidió dejar nuestra casa, por ese lugar frío en medio de la arboleda incipiente. Siempre me gustó ir a Tablada, durante el secundario solía ir antes de los exámenes, para pedir consejo a la abuela y sobre todo al tío, cuando él también decidió mudarse allí.Cuando estaba con ellos, mi paz interior que yo creía ausente salía a tomar aire fresco. No me molestaban los cantos ni lloriqueos ajenos, eran melodías que se perdían entre los árboles. Aún en la Universidad antes de cada examen iba a pedir consejo, pero ya hace años que no lo hago. A pesar de los pedidos de mamá, desde que dejé de tener auto, desde que me volví sordo a sus voces.En ese viaje el tío me hablo del abuelo, en realidad no me habló, me mostró una personita pequeña de ojos claros, sentada en un escritorio enorme contando billetes de otros que ahora eran de él. Nunca pude entender eso de los billetes que pasan de un dueño a otro, será por eso que nunca pude tener mas de dos billetes en el bolsillo, por esos siempre utilizaba pantalones con muchos bolsillos, al menos cinco, para así poder juntar diez. Si tenía diez billetes estaba tranquilo, no iba a faltar comida en casa.Yo creía que el abuelo nunca había existido, que había traspasado el mundo terrenal cuando ellos eran chicos, después del viaje supe la realidad, realidad cruel que muestra el abandono de carne que fue parte de tu carne. No tenía que repetir la historia, siempre me decía, pero esas páginas siempre se repiten.Aparecen en los libros de nuestra vida sin que nadie las coloque. Están, simplemente.De golpe nos encontramos en la puerta de su casa, el tiempo había vuelto a su momento exacto, me hizo entrar, el departamento estaba oscuro, había olor a soledad, el aire denso se habría a nuestro paso.Y allí de repente pude escuchar la voz del vecino de arriba, el tío comenzó a transpirar, la voz gruesa se colaba por el techo vidriado del patio. Parecían insultos de un idioma desconocido, el tío comenzó a contestarle. Nunca había escuchado esas palabras salir de su boca. No entendían lo que se decían, pero no era nada agradable por el tono ni por la crispación de su rostro.De golpe, sus ojos claros se volvieron primero negros, luego rojos, las venas de su sien se hincharon y palpitaban más velozmente que su corazón y el mío, que a esa altura resonaba mas fuerte que un redoble de tambores de comparsa.Empecé a sentirme mal, le pedí que me llevara de vuelta a casa, a la cama entre mamá y papá. Que dejáramos el viaje para otra noche, si igual siempre estaba despierto esperándolo.Pero no me escuchaba, cada vez se ponía mas violento, y ya eran dos los que le respondían en un idioma que no entendía ni aún hoy pude descifrar.Empezó a caminar furioso dando vueltas por el pequeño departamento, mientras los gritos cubrían el espacio. En ese instante parecía que yo no existía, no me registraba, yo le imploraba por el regreso, pero no quería irme solo, aunque siempre dudé que pudiera abrir es puerta de quince cerrojos de la que no tenía llave.¡Basta tío, por favor, volvamos!Pero todo era inútil, hasta que después de no se cuanto tiempo, que para mi fue una eternidad, el silencio volvió a hacerse presente. Pero era un silencio sombrío, denso, pesado.Allí el tío se percató de mi presencia nuevamente, fue un segundo, pero fue una mirada eterna. Rápidamente se dirigió al baño, como empujado por algún designio y volvió con algo oscuro en su mano derecha. No pude distinguirlo hasta que estuvo muy cerca. Me paralizó lo que veía. Con el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios me pidió silencio, mi terror me impidió responder algún movimiento. Se dirigió al patio con sigilo, yo lo espié por la ventana, vi cuando levantó el arma, sentí en mi sien, el frío metal apretando la suya, dos gruesas lágrimas acompañaron los dos disparos. Caímos juntos, tomé su mano derecha con mi mano izquierda a través de la ventana. Su sangre y mis lágrimas se mezclaron. La oscuridad nos cerró los ojos.Cuando el teléfono sonó en casa para preguntarle a mamá por el tío que hacía dos días no iba a trabajar, yo ya sabía la respuesta.Cuando la policía tiro la puerta abajo, pues estaba trabada por dentro, yo sabía la imagen del patio. Me la contó mamá entre lágrimas, pero se olvidó de algunos detalles que sólo yo conocía.Nunca más el tío volvió a buscarme para nuestros paseos nocturnos.Yo sigo sin poder dormir despierto, es mas, ya no puedo distinguir si estoy dormido, o estoy despierto. En casa todos duermen, ¿yo?, quién sabe.

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