Wednesday, March 29, 2006

Nieve, blanca nieve


El reflejo del sol sobre la nieve me enceguecía, a pesar de esos ridículos anteojos que me había puesto. Me sentía incómodo, el traje viejo y ajado (quien sabe cuantos turistas lo habían usado) ya pasado de moda, unos guantes agujereados y unas bota grandes me producían tanto placer como bucear en el Riachuelo. Bueno, por lo menos no había olor, el aroma fresco de una mañana soleada, el perfume de la nieve fresca, ella, si, ella, tomándome de la mano y tratando de guiarme frente a mis indóciles esquíes eran un bálsamo entre tantas penurias. Los Alpes no son para mí, yo añoro mi barrio, el ruido infernal de autos pasando a gran velocidad, la gente puteándose por cualquier cosa, los arrebatadores a la vuelta de la esquina, hasta el viejo que apestaba a orina que dormitaba todas las noches en la puerta de la librería de al lado. Pero, allí estaba, descendiendo por la ladera menos empinada de una montaña de nombre raro en medio de los Alpes austríacos y acompañado de Eva, una hermosa y dulce guía turística que se empeñaba en convertirme en campeón de sky. Hermosa, dulce y cara, por cierto, pues el paseo me costó docientos euros, a pagar con tarjeta en diez pagos, pero una fortuna por un cacho de nieve. Pensar que yo siempre miré con desprecio la escarcha que se formaba en mi viejo congelador, nunca supe apreciar su valor... Por la posición del astro rey debían ser las diez de la mañana, por mi cansancio las doce de la noche. Ya había perdido las veces que me fuí de bruces, tenía mas nieve entre el traje y mi cuerpo que en toda la montaña. Pero qué le vamos a hacer, ¡así es la vida del turista!. En un par de horas tenía que estar listo con las valijas prontas para iniciar el viaje al aeropuerto y de allí a Roma. Por lo menos allí seguro me esperaba un clima mas benigno y alguna morocha romana, exhuberante tipo Ornella Mutti, que por unos euros (menos de los que había gastado en este baño de nieve) iba a devolver el calor a mi cuerpo, estimulando todos mis sentidos ahora entumecidos por el frío. Ah, la bella Roma, y después París, Madrid, Las Palmas, y a cruzar el Atlántico de vuelta al nido. Pero, para eso faltaba mucho, el viaje recién había comenzado.

1 comment:

Anonymous said...

Interesante historia