La noche estaba en
pañales. El lugar explotaba de gente, no había un centímtro libre
para desplazarse. A pesar de eso todos se movían al frenético rimo
de la música, en sus lugares, con movimientos espasmódicos
queriendo seguir el ritmo que atronaba de todos los costados. El DJ
estaba en pleno apogeo y con sus luces encendidas.
Lucía tenía sed,
mucha, pero con sólo pensar que iba a tener que abrirse paso a los
empellones para llegar a la barra se aguantaba.
La música iba in
crescendo, ahora estaban pasando su canción favorita lo que la
motivaba para aumentar sus movimientos, casi con furia y con una
violencia inusitada, quizas por la sed que la agobiaba, quizás por
los recuerdo de esa mañana terrible que había que tenido o sólo
impulsada por las notas que penetraban por sus oídos y le nublaban
el cerebro y retumbaban como martillos en la pared.
El calor sofocante y
pegajoso había superado la capacidad de los aires encendidos a full.
De golpe todos
empezaron a desplezarse al unísono, como en una coreografía
ensayada, pero desprolijamente. Las casi cuatrocientas personas
presentes, frenéticas y en el máximo de paroxismo musical se
empujaban y saltaban como en un pogo gigante.
A Lucía empezó a
disgustarle eso. Ella era prolija en sus movimientos, no le gustaba
la anarquía, amaba el descontrol, pero el descontrol con ritmo, con
orden, y menos le gustaba que la empujaran como ueriendo forzarla a
ir hacia determinado lado, en un sentido que no era el que ella
quería.
Así no, además
empezo a sentir que la estaban tocando en lugares a los cuales muy
pocos tenían acceso y permiso. Eso la sacó de sí, sintió una mano
atrevida que se metió velozmente entre sus cachetes y se dió vuelta
con violencia para responder a la agresión pero no pudo identificar
el agresor.
En ese instante
sintió el puntazo, primero uno, después el otro, el tercero ya no
llegó a sentirlo. Su cuerpo se desplomó cómo un edificio al ser
demolido.
Los que estaban al
lado se abrieron inmediatamente, otra chetita que se había pasado de
rosca pensaron enseguida, esas pendejas que se toman todo y después
no aguantan el frenetismo del movimiento. Les falta noche y estómago,
eran común los desmayos cuando la fiesta entraba entraba en el pico
de locura. Pero había algo raro. Los mas cercanos abrieron un
pequeño círculo alrededor de Lucía mientras el resto seguía
saltando y moviéndose al compaz de la música.
El DJ al toque notó
algo raro y primero hizo un cambio brusco en el ritmo que desorientó
a la mayoría que seguían moviéndose espasmódicamente cuando la
música había bajado las revoluciones.
El círculo se fué
agrandando y empezó a expandirse como una ola circular y empezó a
llamar la atención de los demás.
Un grito desgarrador
actuó como freno paralizante, el DJ no lo escuchó desde su cabina
pero vió que algo había pasado. Sus muchos años en esto le
indicaron que debía parar.
Todos se
sorprendieron por la interrupción, alli notaron que una ola circular
se había formado y se expandía haciendo que todos volvieran sus
cuerpos y miradas en dirección del centro. Aunque no vieran nada mas
que cabezas dirijidas hacia un solo lugar.
En el centro, el
cuerpo de Lucía yacía grotescamente tirado en el piso y por debajo
de él empezaba a asomar un líquido rojo que no dejaba ninguna duda
sobre lo que era.
Al grito original se
sumaron varios ahora, como un chillido desgarrador propio de una
película de terror.
El cuerpo sin vida
de Lucía era el único que no se movía, no emitía sonido, ya no
había música que lo estimulara.
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