Se agitan las banderas de la angustia,
Por la falta de sentido en los de arriba,
Se perforan los ombligos adentrados,
En estómagos vacíos y crujientes,
Muere el hambre en los niños,
Con los niños complacientes compañeros,
Hambre-niño, niño-hambre,
Inseparables, ineludibles.
No se puede comer de las banderas y los trapos,
No se pueden alimentar con tizas de cal y arena,
Sólo pueden esperar que la miseria,
Los envuelva diariamente con su aliento.
Mientras, el faraón y sus cortesanos,
con indiferencia asesina,
Asesinan esperanzas y necesarios anhelos,
Viven otro mundo, otro sueño,
Donde solo tienen cabida sus miserables cortesanos,
Y sus compañeros del maldito juego.
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