Siempre espero que pase el primer taxi, por cábala, y recién tomo el siguiente. Los días de lluvia es complicado, porque hay pocos libres, pero no rompo mas esa rutina. La única vez que lo hice me robaron y estuve a punto de perder la vida. Así que aunque llueva espero al siguiente, aunque termine mas mojado que pejerrey en laguna artificial.
Bueno, enseguida pasó un Siena, iba un poco desprevenido por lo que frenó de golpe veinte metros adelante, la maniobra brusca casi me hace cambiar de opinión, pero nunca tomé un tercero, y no iba a averiguarlo ahora, salvo que me viera forzado. Esto de respetar las cábalas me viene de chico, “ritos” o “rutinas” dice mi siquiatra, yo le digo “juegos”, como no pisar las baldosas negras, cruzar la calle pisando solo las rayas blancas, golpear las paredes cada tres pasos, tengo miles de rutinas, cada día incorporo una, y una vez que lo hice ya forma parte de mi.
El chofer tomó como loco por la avenida principal rumbo al hotel, pasó dos semáforos en amarillo y uno en rojo, y en menos de ocho minutos estaba en mi destino.
Cómo había llegado a esa situación es algo que desconocía, me desconcertaba ese maletín lleno de dólares y no podía recordar cuándo cayó en mis manos.
Subí al hotel luego de despachar al chofer, tomé la llave de la conserjería y pedí al conserje que no me pasara ningún llamado. Ja! Si nadie sabía de mi existencia, o al menos eso creía. El hotel ubicado en pleno centro de Buenos Aires era bastante lujoso.
¿Quién era yo? El documento decía Raúl García Fuentes, la foto no me favorecía, aunque mirándome en el espejo yo mismo no me favorecía. Sólo estaba seguro de una cosa: yo no era Raúl García Fuentes.
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