A las 3.32 a.m. de ese miércoles 30 de febrero del 2032, un sospechoso encapuchado, según ilustraban las cámaras satelitales que controlaban el sector V de Ciudad Embargo rompió la vidriera sónica de la juguetería de antigüedades de la calle Fucking Rush y procedió a hurtar el primer y último ejemplar de la muñeca Barbie fabricada con tecnología arcaica un siglo atrás.
Hasta el momento no se conocían más detalles del hecho delictivo, pero los agentes de la AIC (Cybernetic Intelligent Agency) creían que de un momento a otro la valiosa pieza valuada en 5 trillones de biodólares sería recuperada.
Mientras, a quince mil kilómetros del lugar del hurto, Michael Jakson Jakson, un andrógino de 33 años terrestres, nacido en el Planeta Mastur de la Constelación de Alfa Centauro, contemplaba con sus 24 pares de ojos completamente abiertos y una mirada mezcla de estupor y estupro la fantástica reliquia sobre su mesita de luz flotante (la mesita, no la luz), mientras con tres de sus manos se masturbaba frenéticamente y con la otra sumergía ostentosamente su dedo medio de sus nueve dedos en una de sus quince fosas nasales en busca de no se que exótica sustancia.
Michael J.J. nunca había conocido a sus padres, ni a sus madres, ni a sus hermanos ni a sus tíos. En realidad nunca había conocido a nadie de su familia porque había nacido en un invernadero cuántico.
Había escapado hacía pocos segundos luz de su lugar de cautiverio por una fuga temporal que provocó un agujero negro por donde cayó sin darse cuenta y desembocó en el sector V de Ciudad Embargo.
Difícil describir la personalidad de Michael J.J., pues sus valores éticos universales eran muy distintos a los nuestros. Creía en el dios Mu, amo y señor del planeta Mastur, y en sí mismo. Sobre lo demás no tenía conciencia alguna, porque los Masturianos eran seres sin conciencia.
De golpe se apagan todas las luces de la habitación, el cuarto empieza a temblar y se escuchan miles de sirenas que resuenan por todos lados, mientras una voz masculina en un primitivo lenguaje masturiano decía: Michael J.J. estás rodeado, entrégate!!!
Michael J.J. comienza a tiritar de miedo (la valentía no era una cualidad de los oriundos de Mastur), sus 24 pares de ojos parpadean sin cesar al unísono, con dos de sus manos toma fuertemente a la Barbie, con las otras dos se sube los pantalones y con mucho cuidado se asoma a la ventana.
Doscientas ochenta y seis patrullas estaban rodeando el hotel, con tres mil doscientos seis efectivos masculinos y tres femeninos, ocho feroces mastines y un caniche toy entrenado en artes marciales masturianas.
“Estoy perdido”, se dijo J.J., en voz muy baja para no asustarse a si mismo, puso la Barbie sobre la mesita de luz y empleando técnicas milenarias de los masturianos se transforma en “un cigarrillo negro sin filtro” que queda depositado al lado de la muñeca.
Ante la falta de respuesta los efectivos deciden irrumpir violentamente en la pieza siguiendo en fila india al caniche toy a cargo del operativo. Destrozaron las puertas, las ventanas, los muebles, todo. Nada quedó a salvo de la brutalidad de las fuerzas de seguridad combinadas, con tan mala suerte que hasta la misma Barbie quedó reducida a polvo por la ferocidad del ataque.
Luego de una búsqueda exhaustiva y de no dejar rincón sin explorar llegaron a la conclusión de que J.J. había escapado. Con respecto a la Barbie decidieron poner en el informe que J.J. la había destruído antes de fugarse.
Cuando ya se estaban yendo, mientras quedaban los peritos trabajando, el segundo jefe a cargo del operativo, un fumador empedernido y compulsivo, luego de hurgar infructuosamente por un pucho (el no tenía y nadie de la brigada pues estaba prohibido fumar en horas de trabajo), vió el negro sin filtro, que, milagrosamente intacto, se posaba sobre los restos de la mesita de luz. Lo tomó suavemente entre sus dedos y en una ceremonia mezcla de placer y satisfacción se lo llevó lentamente a sus labios, le pegó un mordisco y escupió el tabaco amargo y rancio a un costado, ¡qué loco, le pareció escuchar un ay!!, siguió adelante, y mientras abandonaba los restos de la habitación por uno de los cientos de huecos provocados en el ataque, con el cigarro en la boca, y mirando a los costados en forma displicente y cansina masculló entre dientes la pregunta: ¿alguien tiene fuego?
Hasta el momento no se conocían más detalles del hecho delictivo, pero los agentes de la AIC (Cybernetic Intelligent Agency) creían que de un momento a otro la valiosa pieza valuada en 5 trillones de biodólares sería recuperada.
Mientras, a quince mil kilómetros del lugar del hurto, Michael Jakson Jakson, un andrógino de 33 años terrestres, nacido en el Planeta Mastur de la Constelación de Alfa Centauro, contemplaba con sus 24 pares de ojos completamente abiertos y una mirada mezcla de estupor y estupro la fantástica reliquia sobre su mesita de luz flotante (la mesita, no la luz), mientras con tres de sus manos se masturbaba frenéticamente y con la otra sumergía ostentosamente su dedo medio de sus nueve dedos en una de sus quince fosas nasales en busca de no se que exótica sustancia.
Michael J.J. nunca había conocido a sus padres, ni a sus madres, ni a sus hermanos ni a sus tíos. En realidad nunca había conocido a nadie de su familia porque había nacido en un invernadero cuántico.
Había escapado hacía pocos segundos luz de su lugar de cautiverio por una fuga temporal que provocó un agujero negro por donde cayó sin darse cuenta y desembocó en el sector V de Ciudad Embargo.
Difícil describir la personalidad de Michael J.J., pues sus valores éticos universales eran muy distintos a los nuestros. Creía en el dios Mu, amo y señor del planeta Mastur, y en sí mismo. Sobre lo demás no tenía conciencia alguna, porque los Masturianos eran seres sin conciencia.
De golpe se apagan todas las luces de la habitación, el cuarto empieza a temblar y se escuchan miles de sirenas que resuenan por todos lados, mientras una voz masculina en un primitivo lenguaje masturiano decía: Michael J.J. estás rodeado, entrégate!!!
Michael J.J. comienza a tiritar de miedo (la valentía no era una cualidad de los oriundos de Mastur), sus 24 pares de ojos parpadean sin cesar al unísono, con dos de sus manos toma fuertemente a la Barbie, con las otras dos se sube los pantalones y con mucho cuidado se asoma a la ventana.
Doscientas ochenta y seis patrullas estaban rodeando el hotel, con tres mil doscientos seis efectivos masculinos y tres femeninos, ocho feroces mastines y un caniche toy entrenado en artes marciales masturianas.
“Estoy perdido”, se dijo J.J., en voz muy baja para no asustarse a si mismo, puso la Barbie sobre la mesita de luz y empleando técnicas milenarias de los masturianos se transforma en “un cigarrillo negro sin filtro” que queda depositado al lado de la muñeca.
Ante la falta de respuesta los efectivos deciden irrumpir violentamente en la pieza siguiendo en fila india al caniche toy a cargo del operativo. Destrozaron las puertas, las ventanas, los muebles, todo. Nada quedó a salvo de la brutalidad de las fuerzas de seguridad combinadas, con tan mala suerte que hasta la misma Barbie quedó reducida a polvo por la ferocidad del ataque.
Luego de una búsqueda exhaustiva y de no dejar rincón sin explorar llegaron a la conclusión de que J.J. había escapado. Con respecto a la Barbie decidieron poner en el informe que J.J. la había destruído antes de fugarse.
Cuando ya se estaban yendo, mientras quedaban los peritos trabajando, el segundo jefe a cargo del operativo, un fumador empedernido y compulsivo, luego de hurgar infructuosamente por un pucho (el no tenía y nadie de la brigada pues estaba prohibido fumar en horas de trabajo), vió el negro sin filtro, que, milagrosamente intacto, se posaba sobre los restos de la mesita de luz. Lo tomó suavemente entre sus dedos y en una ceremonia mezcla de placer y satisfacción se lo llevó lentamente a sus labios, le pegó un mordisco y escupió el tabaco amargo y rancio a un costado, ¡qué loco, le pareció escuchar un ay!!, siguió adelante, y mientras abandonaba los restos de la habitación por uno de los cientos de huecos provocados en el ataque, con el cigarro en la boca, y mirando a los costados en forma displicente y cansina masculló entre dientes la pregunta: ¿alguien tiene fuego?
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