El viejo parque de diversiones, ahora cementerio de chatarra, nido de alimañas, ratas y todo bicho raro y nauseabundo que camina, estaba siendo testigo de una lucha sin cuartel entre una loba azabache y dos enormes mastines. A pesar de la superioridad numérica y el instinto asesino de los mastines la loba estaba a punto de derrotarlos. Primero, de una dentellada feroz y con precisión quirúrgica arrancó ambos ojos de uno de ellos, quién lanzó un aullido espeluznante y empezó a revolcarse dando vueltas sobre sí mismo. El otro creyó oportuno atacar por la distracción creada ante el infortunio de su compinche y se arrojó sobre el lomo de la loba clavando sus fauces en el cuello de la majestuosa hembra, la cual, como tocada por un rayo, de un extraño y veloz movimiento se desprendió del atacante, no sin antes perder una considerable porción de pelaje y piel fuertemente agarrado por los dientes del enemigo, y antes de que el mismo cayera al piso, de una brutal dentellada lo degolló, en una maniobra casi imposible de seguir por su velocidad. El animal murió al instante, y allí nomás se abalanzó sobre el ciego que seguía retorciéndose entre horribles gemidos y la sangre que salía como por una canilla mal cerrada, por los huecos donde antes había ojos. De un abrir y cerrar de fauces terminó con la vida del segundo contrincante. Estaba dolorida, de hecho tenía una profunda herida en su cuello, y se sentía agotada. No era la primera vez que peleaba en inferioridad numérica, pero los años no le habían pasado en vano, ya no tenía la agilidad de antes, aunque no había perdido un ápice de astucia ni ferocidad. Era una perfecta máquina de aniquilar. Cuando iba a tirarse a descansar percibió que algo no estaba bien, su instinto la puso alerta, se irguió con dificultad y en guardia, sacó a relucir sus colmillos, como en un duelo, y giró trecientos sesenta grados en derredor en busca de algún peligro. No podía ver las docenas de pares de ojos que habían sido testigos del feroz combate y hacia rato acechaban en las sombras. No, definitivamente algo no funcionaba, sonó la alarma en su cerebro y se aprontó a huir del lugar a la máxima velocidad posible. Cuando iba a emprender la fuga los vió, no pudo contarlos, pero eran decenas de hombres, grandes, con enormes bates de béisbol, todos iguales, pelo corto al ras, ojos claros llenos de odio, y uniformes verdes, con grandes botas. La tenían cercada y no le daban un centímetro de luz para intentar escapar, se iban cerrando poco a poco, eran cerca de cincuenta. Pensó rápido una estrategia de retirada, pero el dolor de cuello y la masa humana que la encerraba no le dejaba hilvanar una idea. Su madre le había advertido de la existencia de los vigiladores, pero hasta ahora nunca se los había cruzado. Sabía que eran implacables y no dejaban nadie vivo, por lo que tenía que actuar rápido. Cuando estaban a menos de cinco metros le apuntó al que tenía más cerca y se lanzó, crac, hizo la yugular del sujeto, uno menos pensó, pero inmediátamente recibió el primer golpe sobre la cabeza, se mareó, enseguida uno sobre el lomo, sintió el ruido de una costilla rota y un dolor lascerante que le cruzó todo el cuerpo, otro más sobre la cabeza y a partir de allí ya no sintió nada. Los golpes caían sin cesar desparramando sangre y pedazos de tejidos, y mas, y mas ,y mas....ya sólo era una masa informe, sin dimensión, flácida, no quedaba nada sólido debajo de su cuero, pero ellos seguían golpeando y golpeando con furia sin igual. No se sabe cuanto tiempo, quizás horas, quizás minutos hasta que sonó un silbato potente que los paralizó de inmediato, y como si hubiera sido una orden se detuvieron en seco. Estaban todos salpicados de sangre y pelos, de ella no quedaba nada reconocible, parecía una sucia alfombra de mal gusto. Otro silbato mas, se miraron, hicieron un saludo como juntando los talones que sonaron al unísono y mientras llegaba desde lejos como una marcha militar comenzaron a retirarse. Como los rayos de una rueda de bicicleta se fueron hacia todos los lados en todas las direcciones, un último silbato y bajando sus manos a tierra y encorvando el lomo emprendieron veloz carrera hacia todos los destinos posibles. Esa noche, miles de llamadas bloquearon las líneas telefónicas de la central de policía, con ciudadanos que juraban haber visto pasar por delante de sus casas, decenas de lobos grises que a gran velocidad se dirigían hacia las afueras de la ciudad. Esa noche, todos los perros aullaron en forma descontrolada sin que nada pudiera calmarlos. Una densa neblina cubrió la ciudad y las ambulancias y los hospitales funcionaron con su capacidad a full por los ataques de histeria y pánico de los habitantes. Desde esa época todos hablan de "la noche de los lobos", pocos o ninguno sabe bién lo que ocurrió, pero cada habitante tiene su propia narración que recibió de sus padres y estos a su vez de los de ellos. En lo único que coinciden todas las historias, es en el macabro hallazgo en el viejo parque de diversiones, el cadáver irreconocible de una mujer desfigurada por los golpes y dos enormes mastines destrozados a mordiscos probablemente por los furiosos lobos. Todo esto rodeado de cincuenta bates de beisbol bañados en sangre.
Soy un animal de teatro, vivo por y para el teatro. Mi espacio escénico es el mundo, mi techo es el infinito y mi piso es el infierno.
Friday, September 30, 2005
La jauría
El viejo parque de diversiones, ahora cementerio de chatarra, nido de alimañas, ratas y todo bicho raro y nauseabundo que camina, estaba siendo testigo de una lucha sin cuartel entre una loba azabache y dos enormes mastines. A pesar de la superioridad numérica y el instinto asesino de los mastines la loba estaba a punto de derrotarlos. Primero, de una dentellada feroz y con precisión quirúrgica arrancó ambos ojos de uno de ellos, quién lanzó un aullido espeluznante y empezó a revolcarse dando vueltas sobre sí mismo. El otro creyó oportuno atacar por la distracción creada ante el infortunio de su compinche y se arrojó sobre el lomo de la loba clavando sus fauces en el cuello de la majestuosa hembra, la cual, como tocada por un rayo, de un extraño y veloz movimiento se desprendió del atacante, no sin antes perder una considerable porción de pelaje y piel fuertemente agarrado por los dientes del enemigo, y antes de que el mismo cayera al piso, de una brutal dentellada lo degolló, en una maniobra casi imposible de seguir por su velocidad. El animal murió al instante, y allí nomás se abalanzó sobre el ciego que seguía retorciéndose entre horribles gemidos y la sangre que salía como por una canilla mal cerrada, por los huecos donde antes había ojos. De un abrir y cerrar de fauces terminó con la vida del segundo contrincante. Estaba dolorida, de hecho tenía una profunda herida en su cuello, y se sentía agotada. No era la primera vez que peleaba en inferioridad numérica, pero los años no le habían pasado en vano, ya no tenía la agilidad de antes, aunque no había perdido un ápice de astucia ni ferocidad. Era una perfecta máquina de aniquilar. Cuando iba a tirarse a descansar percibió que algo no estaba bien, su instinto la puso alerta, se irguió con dificultad y en guardia, sacó a relucir sus colmillos, como en un duelo, y giró trecientos sesenta grados en derredor en busca de algún peligro. No podía ver las docenas de pares de ojos que habían sido testigos del feroz combate y hacia rato acechaban en las sombras. No, definitivamente algo no funcionaba, sonó la alarma en su cerebro y se aprontó a huir del lugar a la máxima velocidad posible. Cuando iba a emprender la fuga los vió, no pudo contarlos, pero eran decenas de hombres, grandes, con enormes bates de béisbol, todos iguales, pelo corto al ras, ojos claros llenos de odio, y uniformes verdes, con grandes botas. La tenían cercada y no le daban un centímetro de luz para intentar escapar, se iban cerrando poco a poco, eran cerca de cincuenta. Pensó rápido una estrategia de retirada, pero el dolor de cuello y la masa humana que la encerraba no le dejaba hilvanar una idea. Su madre le había advertido de la existencia de los vigiladores, pero hasta ahora nunca se los había cruzado. Sabía que eran implacables y no dejaban nadie vivo, por lo que tenía que actuar rápido. Cuando estaban a menos de cinco metros le apuntó al que tenía más cerca y se lanzó, crac, hizo la yugular del sujeto, uno menos pensó, pero inmediátamente recibió el primer golpe sobre la cabeza, se mareó, enseguida uno sobre el lomo, sintió el ruido de una costilla rota y un dolor lascerante que le cruzó todo el cuerpo, otro más sobre la cabeza y a partir de allí ya no sintió nada. Los golpes caían sin cesar desparramando sangre y pedazos de tejidos, y mas, y mas ,y mas....ya sólo era una masa informe, sin dimensión, flácida, no quedaba nada sólido debajo de su cuero, pero ellos seguían golpeando y golpeando con furia sin igual. No se sabe cuanto tiempo, quizás horas, quizás minutos hasta que sonó un silbato potente que los paralizó de inmediato, y como si hubiera sido una orden se detuvieron en seco. Estaban todos salpicados de sangre y pelos, de ella no quedaba nada reconocible, parecía una sucia alfombra de mal gusto. Otro silbato mas, se miraron, hicieron un saludo como juntando los talones que sonaron al unísono y mientras llegaba desde lejos como una marcha militar comenzaron a retirarse. Como los rayos de una rueda de bicicleta se fueron hacia todos los lados en todas las direcciones, un último silbato y bajando sus manos a tierra y encorvando el lomo emprendieron veloz carrera hacia todos los destinos posibles. Esa noche, miles de llamadas bloquearon las líneas telefónicas de la central de policía, con ciudadanos que juraban haber visto pasar por delante de sus casas, decenas de lobos grises que a gran velocidad se dirigían hacia las afueras de la ciudad. Esa noche, todos los perros aullaron en forma descontrolada sin que nada pudiera calmarlos. Una densa neblina cubrió la ciudad y las ambulancias y los hospitales funcionaron con su capacidad a full por los ataques de histeria y pánico de los habitantes. Desde esa época todos hablan de "la noche de los lobos", pocos o ninguno sabe bién lo que ocurrió, pero cada habitante tiene su propia narración que recibió de sus padres y estos a su vez de los de ellos. En lo único que coinciden todas las historias, es en el macabro hallazgo en el viejo parque de diversiones, el cadáver irreconocible de una mujer desfigurada por los golpes y dos enormes mastines destrozados a mordiscos probablemente por los furiosos lobos. Todo esto rodeado de cincuenta bates de beisbol bañados en sangre.
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3 comments:
Espeluznante!
Muy bueno!!
felicidades
-muchas felicidades-
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